El placer de viajar es para todos

Hace un tiempo, ya han pasado unos cuantos años, leí una novela en la que el protagonista era un viajante ciego. No recuerdo cuál era el título, pero recuerdo que leía con fruición y en cada rato libre del que disponía. Y recuerdo también que la sensación que transmitía la novela, cada descripción de los lugares que hacía el acompañante del ciego, desprendía una pasión por la vida como no había leído hasta entonces. El ciego recordaba los lugares que visitaba por los olores. Era su forma de viajar. Esta novela dejaba un poso que decía que viajar es cosa de todos. Durante el camino se encontraba otra gente discapacitada: un hombre que se movía gracias a una silla de ruedas eléctrica, un antiguo combatiente que no podía andar si no era con una muleta o una mujer que había perdido la vista después de un accidente, y todos le preguntaban cómo hacía para poder seguir viajando y disfrutando de la vida de esa forma. Casi todas sus respuestas se reducían, con unas palabras u otras, a las ganas de hacerlo. En eso se resumía la vida, según aquel personaje ciego, en las ganas de vivir.

Viajar es uno de los placeres máximos de nuestra existencia. Pocas actividades nos lustran más que conocer cada uno de los rincones de la geografía  y el mundo. Tachar lugares del mapa supone una especie de liberación que ofrece al viajante un placer insospechado por aquel que no lo ha experimentado. Sin embargo hay veces que viajar no es tan fácil como pueda parecer. De la misma forma que el ciego de aquella novela –estoy intentando recordar el título o el autor, pero se me está resistiendo–, muchas personas sufren algún tipo de discapacidad por la que se ven limitados para cierto tipo de actividades. No obstante, la lectura del ciego sobre la vida es que nada puede impedirte viajar o hacer aquello que te apasione.

Durante algún tiempo, en cambio, sí que era posible que una persona que precisase de ciertas ayudas para su vida diaria (sillas eléctricas para personas con discapacidad, scooters para personas de movilidad reducida o cualquier otro tipo de producto similar) viese su capacidad para realizar algunas actividades mermadas. Sobre todo, más que en el sentido más físico de la palabra, en el relacionado con el bolsillo y la logística. Parece mentira, pero muchos de estos productos tienen un precio elevadísimo y no gozan de ayudas por parte de las instituciones. Esto supone un desembolso extremo para una persona, lo que podría llegar a privar a la misma de otro tipo de actividades de ocio, por ejemplo, realizar viajes, que es lo que nos ocupa en este artículo. Por otra parte, la sociedad y el mundo en el que vivimos no están diseñados ni en muchos casos preparados para que las personas de movilidad reducida o discapacitadas se muevan con libertad por el mismo. Todo son trabas. Escalones, desniveles y todo tipo de escollos que hacen de cada salida a la calle una aventura o, directamente, una broma de mal gusto. Es cierto que en los últimos años, por fin, se ha llevado a cabo una sensibilización mayor y las calles presentan un mejor nivel de aseo para que puedan ser utilizadas por todos. Queda mucho camino por recorrer, pero se han empezado a dar pasos importantes en este sentido.

Lo mismo ocurre con la venta de productos para la vida de estas personas con problemas de movilidad o discapacidades físicas. Aunque todavía queda mucho por hacer, y probablemente lo que hay siempre sea mejorable, lo cierto es que la opción del comercio en internet ha abierto muchas posibilidades. En los tiempos de la red, no podían faltar tiendas de ortopedia online que facilitasen y contribuyesen a que las personas discapacitadas puedan adquirir todas sus necesidades a precios razonables y sin los escollos que históricamente han acompañado a la adquisición de los mismos (pedidos que se alargan, desplazamiento al establecimiento, etc.). Ahora, la logística de tiendas como todoortopedia.com permite que el producto llegue directamente a la casa y que la economía respire. Algo que unido a un mundo mejor preparado deja espacio para que viajar, por fin, sea cosa de todos.

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